Senderismo a playa Limnioniza

Cruzando una isla griega con un corazón en sanación.

And a pretty woman leaning in her darkened door

She cried to me, “hey, why not ask for more?”

—Leonard Cohen   

*You can read an English version of this post here.*

De todas las islas griegas a las que pude haber ido el verano de 2022, decidí ir a Hidra. Fui ahí por que una rusa canadiense que también vivió en Montreal (pero estaba pasando unos meses en Atenas) me recordó que Hidra es la isla en la que Leonard Cohen vivió siete años. El compositor compró una casa en los 60s por como $1500 dólares.1 Es una casa de tres pisos que en ese entonces no tenía ni electricidad ni agua. Pese a que no soy un gran fan ni conocedor, pensé en el Sr. Cohen ahí, por la mayor parte solo, por lo que entiendo, escribiendo piezas como Bird On A Wire. Por eso me pareció que Hidra era la isla idónea para ir solo y con el corazón roto. 

Cuando decidí ir a Grecia para tratar de vivir con la sudafricana griega que inspiró el viaje, nunca pensé en las islas. Su idea era tratar de vivir en Atenas la mayor parte del verano; algo que me expresó desde nuestra primera cita, en Valencia. Atenas, pensé justo en ese momento, había estado en mi lista de lugares por visitar desde hace años. 

Al imaginar visitar Grecia algún día, solo pensaba en Atenas; cuna de la civilización occidental, sede de los juegos olímpicos, y de una manera fascinante para mí, una de las ciudades habitadas más antiguas. De hecho, es la capital más antigua de Europa. Por ende, quizás sea la ciudad grande más vieja con la que siento una especie de vínculo.2 Cuando era niño y leía sobre Grecia, me parecía increíble pensar que todavía hay gente que nace y muere en Atenas; que puede pasar a un lado de la Acrópolis en un miércoles en la mañana quejándose por el calor, el tráfico, la cultura vial, y los turistas, y no reparar un segundo en que el Partenón está pinches justo ahí. 

Fuera de esos dos factores y el deseo de probar la comida Griega auténtica, no tenía muchas otras razones por las cuales visitar Grecia. Rara vez pienso en la calidad de las playas como un factor determinante para ir a un lugar. Mykonos y Santorini me parecen lugares a los que podría morir sin ir. Sin haber estado ahí, mi impresión es que son algo así como un parque de diversiones para adultos, un poco como los cruceros; burbujas para turistas. 

Sin embargo, antes de que la corta relación con la griega sudafricana tronara por una serie de diferencias fundamentales de carácter en las que no tiene sentido ahondar ahora, me dijo que recomendaba ampliamente visitar al menos una de las islas. Me dijo que no debería basar mi opinión de las playas en el mar Egeo solo en las que llegamos a visitar en Atenas y que la experiencia de tomar un Ferry y ver la vida local en un lugar más pequeño vale mucho la pena. 

Decidí seguir su consejo, que resultó ser el consejo de todas las otras personas que conocí en Atenas. Pero, ir a Ítaca, de donde es la mitad de su familia, me hubiera parecido extraño y deprimente. Semanas tras la ruptura, había estado trabajando duro para desarrollar vínculos con la ciudad y su gente que no la incluyeran a ella. Las primeras 48 horas desde que se fue a casa de su tía, caminar por el barrio de Kalimarmaro, donde rentamos un Airbnb, era un constante recordatorio de momentos con ella. En un esfuerzo similar a cuando rompes fibras musculares para fortalecer el músculo general, poco a poco empecé a llenar mi cabeza de nuevos recuerdos en los espacios que compartimos y otros de rincones que nunca pisamos juntos. Con la mini expedición a las Islas Sarónicas, pretendía hacer lo mismo. 

Hidra me pareció interesante también porque es de las pocas islas Griegas que aún no han permitido que los vehículos motorizados ocupen un porcentaje obsceno de su espacio público. Los camiones de basura (algo introducido recientemente) son la única excepción, y rara vez los verás. Para cubrir sus necesidades de transporte por tierra, la gente en Hidra usa burros, mulas, caballos, o sus extremidades humanoides. 

Este último método es el que seleccioné para tratar de completar tres cosas en mi primera tarde en Hidra: 

  1. Hacer una de ruta de senderismo fuera del pueblo
  2. Ver un atardecer
  3. Ir a una playa

Salí del puerto del Pireo a las 8 y tomé un ferry entre las decenas que salieron esa mañana. Como llegamos a Hidra a eso de las 10 y no podía entrar al Airbnb hasta la 1 PM, tomé un spanakotiropita y un café como segundo desayuno. Luego, me dormí en una banca en una sombra antes de que el sol estuviera insoportable. Ya que el sol estaba directamente sobre la isla, me puse una gorra y un chingo de bloqueador y caminé más o menos por todo el pueblo. Incluso fui a lo que creo que son los únicos dos museos en la isla. El pueblo de Hidra realmente es muy pequeño.

Después del check-in almorcé en un restaurante llamado Psaropoula, a recomendación de mi casera temporal. Eva resultó ser una griega de unos cuarenta años y súper amable. En algún punto de los últimos años convirtió la vieja casa de sus abuelos en el puerto a una serie de lofts. Otra buena inversión, supongo, pero antes de que asuma cosas sobre Eva como una burguesa agente de gentrificación arruinando el puerto para otras personas, me gustaría que sepa que las únicas personas que parecían trabajar en el complejo residencial eran ella y su madre. Eva gestiona las reservaciones y le da la cálida bienvenida y una detallada explicación de la isla a sus huéspedes. Su madre, una chulada de señora, por cierto, es la que limpia los lofts. No sé mucho más, así que haga de eso lo que pueda. 

Tras el almuerzo me puse a ver opciones de playas en Google Maps. Por supuesto, la mayoría de las poco frecuentadas estaban en las zonas menos pobladas de la isla, que es casi toda. Por ende, todas esas playas estaban a alguna ruta de senderismo de distancia. Esto sonaba bien, pero leí a varios viajeros mencionar que era mucho más conveniente llegar por barco. Algunos mencionan haber hecho la ruta; casi todos convencidos de que era demasiado larga para ir y venir en la misma tarde. La recomendación general, de hacer la ruta, parecía ser pedirle a alguien que te recogiera con un barco a una hora predilecta. Eso no sonaba muy bien para mí, ya que quería tomar una pequeña siesta y luego ir directo a la ruta, no ponerme a reservar un paseo en barco. 

Luego, noté una playa llamada Limnioniza. A diferencia de otras playas en el lado Este de la isla, Google Maps decía que estaba solo a una hora caminando del puerto. Si ves Hidra en un mapa, se podría decir que la distancia entre el puerto y la playa Limnioniza es la más corta para poder decir que cruzaste Hidra; de norte a sur, usando la parte más delgada de la isla como ruta. Eso lo decidió para mí.

Salí a eso de las 6, después de una siesta causada por el mal del puerco3 que me otorgué a mí mismo vía dolmades, pastistio, y mucho paranga tinto. Eso me daba, en mi cabeza, una hora para llegar, una hora para estar en la playa, y una hora para volver mientras veía el atardecer (a las 20:40) de camino. Sabiendo que regresar en la oscuridad era una posibilidad si me perdía o algo así, puse una pequeña linterna en mi mochila junto con una botella de agua fría, una toalla de playa, repelente de insectos y bloqueador solar. 

La ruta comenzó desde el puerto y me llevó hasta el límite del pueblo. Eran las 6 y cacho pero el calor todavía era violento. No pasaron 20 minutos y ya estaba chorreando sudor de nuevo. En cuanto salí del pueblo y encontré el sendero que llevaba hacia unas cuantas casas mucho más rurales con gallineros y mulas, me quité la camiseta de lino porque ya estaba empapada. Me sentí en tal libertad, también, porque noté que era la única persona caminando por ahí. 

El camino estaba lleno de vistas espectaculares del puerto y otras playas. Pensé que mi plan era excelente porque el atardecer visto en el regreso iba a ser majestuoso y, como muchos atardeceres previos en Atenas, me iba a hacer sentir, de nuevo, que la vida es hermosa y mi corazón roto puede sanar, como lo ha hecho antes. 

Fui intercambiando estas afirmaciones con preguntarme si mi ex hubiera acordado ir en esta mini expedición, y con la pregunta de si, una vez en total maleza, yo seguía siendo, como miembro de los humanos, el tope de la cadena alimenticia, o si había otros depredadores que podían destruirme. Haciendo senderismo en México, suelo pensar en jaguares o narcos. En Colorado, pensaba principalmente en un gigantesco oso pardo. En Hidra, pensé que no podía haber mucho peligro más allá de serpientes o algún subnormal violento. 

Para cuando llegué al tope de las colinas, justo a la mitad de la isla, podía ver todo el pueblo, el puerto, junto con el sol descendiendo. En las colinas, no había mucho más que una mini torre de ladrillo parcialmente destruída y grafiteada. No parecía servir otro propósito más que proveer un poco de sombra para el excursionista ocasional. Aquí vi al único otro ser humano que había visto en poco más de tres cuartos de hora. 

Era un señor de unos 60 años, con rasgos eslavos y la piel curtida por el sol. En Grecia asumo que todos hablan griego, así que le dije yassas, que es como dicen “hola”. Significa algo así como, “a tu salud”. El hombre me dijo lo mismo, sin voltear a verme, y siguió bebiendo de la botella de agua que tenía. Aproveché la pausa para revisar el mapa de nuevo. En lo que se cargaba, pensé en preguntarle por la playa así que le dije “signomi, milati anglika?” que es como mi ex me enseñó a preguntarle a la gente si hablan inglés. El señor negó con la cabeza. Miré mi teléfono de nuevo y vi que el mapa había cargado, así que me giré hacia la dirección de la playa, que resultó ser la dirección en la que el hombre había estado mirando todo el rato. Saqué mi botella de agua y la levanté en su dirección. Él hizo lo mismo con la suya. Le di un trago y seguí.

Al final me tomó más de una hora, pero a eso de las 7:10 ya estaba al pie de un risco desde donde podía ver la playa, unos 150 metros hacia abajo. Lo único alrededor era una casa blanca y un monasterio que había pasado unos 10 minutos antes. Sin haber tenido la cautela de revisar las ‘reseñas’ de Google del lugar más a fondo, me puse a seguir el único sendero que parecía viable sin acercarme demasiado a la casa; tratando de encontrar una ruta que llevara a la playa. Lo único que encontré fue un burro disfrutando de la única sombra ahí, detrás de un enorme nopal. 

Estuve un tiempo tratando de dilucidar algún camino hacia abajo hasta que me di cuenta de la hora. Eran pasadas las 7:30. Como el atardecer suele ser a las 8:40, pensé que o encontraba una ruta pronto y volvía a subir inmediatamente, o me perdía el atardecer y caminaba de vuelta en la oscuridad. Llegué al final del único sendero y solo encontré un árbol, al tope de otro risco, del cual no había ningún camino viable. Miré al horizonte y pensé que si no bajaba a la playa, al menos había visto esta costa. Me di cuenta de que al estar en el lado sur de la isla, ahora el horizonte que podía ver era con dirección al resto del Egeo, hacia el otro extremo del Mediterráneo, las costas de Turquía, Egipto, Chipre, Israel, Palestina, el Líbano y Siria. Todos lugares a los que nunca he ido, pero quisiera. La caminata no me había llevado a tocar el agua, pero al menos había presentado la posibilidad de varios viajes futuros.

Me di la vuelta y volví por donde venía, todo el tiempo mirando el reloj y todavía debatiendo si debía buscar otro sendero o volver, derrotado. En eso, pude ver a un anciano que claramente vivía en la única casa postrada sobre el risco que da a la playa Limnioniza. Estaba sentado en su terraza, me imagino que contemplaba el mismo horizonte que yo hacía unos minutos. Pero en el momento que lo noté, me estaba mirando. Entendiendo que estaba quizás en su patio trasero, lo saludé desde lejos. Él me saludó de vuelta. Pensé que podría acercarme y preguntarle si él sabe cómo descender a la playa, considerando la posibilidad de que hablara inglés, o quizás hasta español, francés, o un poco de alemán. Seguí debatiendo esto mientras salía de la maleza y hacia el camino principal, cuando vi a tres viajeros acercándose. Iban por la vía principal, pero parecían estar volviendo del otro lado de la casa.  

Eran dos chicos y una chica. Asumí que eran viajeros por que los tres llevaban mochilas y, al igual que yo, chorreaban sudor. Desde lejos, pude discernir que hablaban inglés pero con un acento bastante marcado. Cuando llegamos a estar a escasos metros de distancia, les pregunté— you guys speak English?— a lo que uno de los chicos, el más bajo, respondió— yeah!—. Entonces pregunté si estaban tratando de encontrar una playa llamada Limnioniza. A eso, el mismo chico, con un acento que ahora pude identificar como Griego, respondió— Ah, it looks like we have the same problem. 

Les expliqué que por el lado de la casa donde yo había explorado no parecía haber un sendero claro, así que el más pequeño sugirió que podríamos ver atrás de la casa. Comenzamos a caminar hacia allá y en el camino nos presentamos y averiguamos de dónde venía cada quien. Así conocí a Vasilis, el más bajo, un ateniense de unos 26 años y a Caro y Lucas. El último, lánguido, con lentes sumamente gruesos y una pequeña gorra, y Caro, de pelo negro y una nariz afilada; los dos alemanes, los dos de 24 años, y los tres arquitectos recien instaurados en el mundo laboral. 

Cuando pasábamos por el frente de la casa, nos encontramos con una anciana que parecía estar volviendo de la parte de atrás. Tuvimos suerte de estar en compañía de un griego. Vasilis se acercó a la señora, dijo yassas e inmediatamente los dos comenzaron a hablar fuerte y con muchos gestos de manos. Para un ojo neófito, podría parecer que estaban discutiendo, pero a veces los griegos se hablan entre sí de esa forma y no tiene nada que ver con un conflicto. La anciana repitió varias veces las mismas sílabas mientras nos señalaba hacia la parte trasera de su casa. Pensé que sonaba como la palabra káto, que significa “bajo”. Pero, el resto de nosotros (asumiendo, por sus caras, que Caro y Lucas estaban tan perdidos con el griego como yo) nos quedamos sin pronunciar una palabra; del otro lado de una barrera de sonido incomprensible pero con una fonética hermosa. 

Vasilis volteó y nos hizo una señal para que lo siguiéramos. Pasamos frente a la señora, los dos alemanes y yo emitiendo un tímido yassas. El ateniense nos compartió la nueva información mientras caminábamos: el sendero que sí llevaba a la playa estaba justo detrás de la casa y era un descenso de unos 45 minutos. Estaba rocoso y resbaloso, pero había marcas de pintura azul señalando el camino. Dada la hora, tendríamos que bajar, tocar el agua, y volver a subir inmediatamente a menos que quisiéramos subir en completa oscuridad a la vuelta. 

Por supuesto que no hicimos eso. Una vez abajo, nos quedamos platicando frente a la playa unos 15 minutos, luego todos nos metimos a nadar. Vasilis fue el único en nadar hasta el islote frente a la playa, antes del mar abierto. Dijo que estaba repleto de erizos. Luego nos quedamos en la playa otros 20 minutos, platicando y haciendo torrecillas de piedras. Vimos el cielo tornarse de un azul oscuro y luego gris hasta que finalmente se hizo negro, pero lleno de estrellas. Fue el otro lado de un atardecer que otros disfrutaron en las playas de la costa más poblada. 

Para cuando decidimos recoger nuestras toallas y volver, ya conocía relativamente bien las vidas de los otros tres viajeros. Los tres se habían conocido en Estocolmo durante un semestre de Erasmus y se habían hecho amigos a través de una pasión compartida por el senderismo. 

Vasilis se había terminado quedando en Suecia al encontrar trabajo con un despacho de arquitectos. Como él mismo explicó, él era parte de la fuga de cerebros que es común entre otros jóvenes profesionales griegos, que no encuentran buenas oportunidades en el país. Ahora mismo estaba trabajando en un centro comercial que estará a las afueras de Estocolmo, y no se mostró muy entusiasmado con el proyecto. Los alemanes, por su parte, habían vuelto a su país. Luc estaba en su primer trabajo, en Berlín. Él y Caro son de diferentes pueblos cerca de Colonia y se conocían desde antes de Estocolmo. Caro, al momento de esa conversación, acababa de aceptar un puesto en otro despacho de arquitectos en Hamburgo. 

El ascenso de vuelta a casa de la pareja de griegos, quizás octogenarios, nos tomó como 30-40 minutos. No estuvo tan mal pese a que tuvimos que hacerlo en plena oscuridad. Hubiera sido una pesadilla sin linternas, pero platicando todo el rato, se pasó rápido. Cuando estuvimos al pie de la casa de nuevo, ahora los dos dueños estaban sentados en su terraza, iluminados solo por las estrellas. Como nosotros teníamos linternas y las habíamos estado usando para poder dilucidar nuestros pasos, imagino que ellos nos podían ver mejor que nosotros a ellos pese a la diferencia de edad. No parecía que su casa tuviera electricidad pese a que había postes eléctricos en el camino principal.

Vasilis platicó un poco con ellos y los alemanes y yo solo esperamos el reporte. Ahora no entendí una sola palabra más que Kalinikta4, justo al final. Por el ateniense, averiguamos que los ancianos tenían décadas viviendo ahí y sus hijos viven en Atenas. Para ir al pueblo, hacen la misma caminata que nosotros consideramos “senderismo”, solo para hacer sus compras. A veces llevan al burro, a veces solo cargan sus cosas. Lo bueno es que la basura sí que la recogen los camioncitos. Le explicaron también que se hartaron de que usualmente había turistas perdidos cerca de su casa, buscando la playa, así que de hecho fueron ellos los que hicieron las marcas de pintura azul.

De camino de regreso, tomamos un descanso cerca de la torre rota donde vi al señor sediento. Nos detuvimos a ver las estrellas una vez que nuestros ojos se ajustaron a la oscuridad y dejamos de usar las linternas. Contemplamos lo nítidas que se veían las constelaciones, pensando en que esto es lo que millones de personas, desde los antiguos griegos hasta un Leonard Cohen borracho de 25 años, pasaron tanto tiempo viendo. Todos estuvimos de acuerdo en que regresar de noche no fue tan mala idea después de todo, y que esos ancianos hicieron una excelente inversión. 

  1. Si ajustamos por inflación, $1500 de 1960 hoy serían como $15,000. Hoy en día una casa en Hydra suele estar valuada en más de €500,000, muchas por supuesto que se acercan al millón o millón y medio. Sin mencionar lo que la casa y la isla le aportaron al Sr. Cohen en términos de su carrera, diría que hizo una gran inversión.
  2. Atenas ha sido habitada de forma continua desde 3000 AC. Tenochtitlán fue fundada, se estima, en 1325 DC. De que no podemos realmente decir que la gente que vive hoy en la Ciudad de México son Mexicas de la manera en la que podemos decir que los individuos que viven en Atenas son Griegos, podríamos hablar otro día.
  3. Expresión mexicana que quiere decir que comiste como un cerdo y ahora estás pagando las consecuencias en forma de indigestión y poca movilidad.
  4. Sea para la mañana, la tarde o la noche, todos los saludos griegos, comienzan con kali, que significa “bueno” y creo que es una raíz de la palabra calidad. El sufijo se adapta al momento del día, así que kalimera es buenos días, kalomesimeri; buenas tardes, kalispera es good evening (por qué no tenemos una palabra español para evening o soir?), y kalinikta para buenas noches, como la última despedida.

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