Viviendo con DSWPD

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El trastorno tardío de la fase de sueño-vigilia, (DSWPD por sus siglas en inglés) es un desorden del ritmo circadiano caracterizado por un desajuste entre el reloj biológico de una persona y las normas de la sociedad en la que vive. Esta es la historia de cómo me auto-diagnostiqué este trastorno y cómo ha sido para mí vivir con esto. 


Antes decía que el nombre y el número del día no cambian para mí hasta que despierto después de alrededor de ocho horas de sueño. Por ejemplo, al momento que escribo esto son las 5:16 de la mañana del viernes 29 de noviembre, en hora del Este. Para mí seguiría siendo jueves 28 de noviembre, porque no me he ido a dormir y esta es la última de una larga serie de actividades que yo habría antes denominado un día.


Luego pensé que la idea de irse a dormir alrededor de cierta hora y despertar hasta el día siguiente es también una convención social, producto quizás de la revolución industrial. En la edad media, por ejemplo, la gente se despertaba en la madrugada para empezar a trabajar. Luego se dormían un par de horas más y despertaban de nuevo a eso de las 7 a. m.. También, según la descripción de la vida monástica del siglo XIV de Edouard Schneider en Les heures bénédectines, los monjes solían despertar entre las 2:30 y 3 de la mañana, trabajaban hasta la hora de la comida, que era al mediodía, cenaban antes de que se oscureciera (que en Europa podía ser a eso de las 16:30, dependiendo la época del año) y se acostaban para dormir antes de las 7 de la noche. Pues valga, yo he tomado estos ejemplos como pautas para otorgarme flexibilidad con mi definición de un horario, por lo que más bien ahora podría decir que yo empiezo mi día a las 12 a. m. y sin haber dormido casi nada en las últimas 12 horas.  

A veces esta hora me agarra viendo la tele con mi novia, o bebiendo en la calle, o escribiendo aquí en la mesa de madera que está cerca de la ventana. Si estoy en casa, paso un rato haciendo cosas como esta, quizás toque un poco de guitarra, lavo los platos que quedaron en el lavabo mientras escucho un audiolibro, trabajo un poco, empiezo a ver los correos que llegan de algunos colegas o clientes que tengo en Asia o en Australia, eventualmente me lavo los dientes y la cara, quizás me de un baño, y me voy a la cama a ver el celular un rato. Para entonces son alrededor de las 3, 4, a veces 5 de la mañana, y si tengo suerte estaré dormido por ocho horas. Luego me levantaré y será de día, pero no es el día siguiente, porque el nuevo día empezó a las 12. Solo tomé un largo descanso, o visto de otra forma, me aboqué a hacer algo que es esencial para mi supervivencia, y una vez que he terminado con eso solo continúo con mi día. Esa es mi rutina de la mañana. Algunos se despiertan a las 6 a.m., pero para cuando lo hacen yo ya hice un chingo de cosas y estoy por tomar una larguísima siesta que va además a desencadenar un montón de procesos esenciales para mi cuerpo. Así que, ¿quién tiene la ventaja?

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Un paseo por Montreal a las 15:30 de la tarde en noviembre. Hora del almuerzo para mí.

En algún punto del cuarto año de primaria me di cuenta de que irse a dormir temprano no era para mí. Aunque mis padres me confinaban a mi cuarto después de cierta hora, pues todos los días mi madre me levantaba a las 6 de la mañana para ponerme listo y estar partiendo para la escuela a las 7:20, en mi cuarto había una tele. En esa tele, a las 10 de la noche sucedía lo que algún mercadólogo en la Ciudad de México llamó o tradujo como “la hora Fox”. En el canal Fox, diario pasaban alguna película destinada a un público mayor. Fue en una de esas sesiones de lo que algunos eventualmente llamaron insomnio pero yo sentía que era otra cosa, que vi por primera vez filmes como El Club de la Pelea de David Fincher, La Playa de Danny Boyle, o Alien de Ridley Scott.

Naturalmente, despertar al día siguiente era un suplicio. Yo nunca sentí que fuera insomnio porque eventualmente la película terminaba, yo me iba a dormir y mi sueño era sumamente profundo, usualmente con sueños hermosos, a veces horribles, hasta que mi madre me levantaba y yo pasaba unas 3 horas siendo un zombie. Además, en verano no tenía problema para irme a dormir una vez que me daba sueño y entonces dormía mis 8 horas como todo el mundo. En la escuela, en cambio, los días se nublaban el uno con el otro. A eso de la 1 de la tarde, cuando el sol se posaba directamente sobre nuestras pequeñas cabezas y se reflejaba doloroso hacia ojos entrecerrados desde una cancha de basquetbol de concreto, el vago recuerdo de la mañana se sentía un poco como si no hubiera sido parte del mismo día, o el mismo ejercicio de consciencia.

Esto transcurrió un tanto similar durante muchos años, prácticamente hasta que terminé la prepa, y luego siguió un poco en la universidad, dependiendo del día y la temporada. Visto que me vi obligado a adaptarme a un horario que claramente no correspondía con mi ritmo circadiano, tengo la creencia de que esta imposición literalmente me robó algo de formación física. Mido 1.70. No está mal, pero creo que pude haber sido más alto. Quizás me haya robado de un poco de formación intelectual también, pero es ahí donde creo que pude encontrar formas de compensarlo.

Algunos dicen que nada bueno ocurre después de las 2 de la mañana, pero quien dijo eso probablemente se refería a estar fuera de casa, alcoholizado y/o en drogas probablemente, y en busca de fechorías por cometer. Por más que haya disfrutado ese estado, creo que la persona que dijo esa frase quizás no acostumbraba estar sola a las 2 de la mañana en su casa. Hay algo mágico acerca de esas horas en las que sabes que la mayoría de la gente a tu alrededor, sean vecinos, roomies, o familiares, duermen todos pero tú estás solo. Si te las arreglas para no interferir con el sueño de otros, que no es tan difícil, puedes hacer casi lo que quieras. Hay una especie de convención social respecto a qué se hace y qué no se hace a las 12 de la tarde, por ejemplo. Quizás unos padres no estén muy complacidos con un adolescente que a las 12 sigue en pijama, o el cónyuge de alguien podría preocuparse si su pareja comienza a beber al medio día. Aunque no esté del todo de acuerdo con esas convenciones, las menciono porque las 2 de la mañana son diferentes en ese sentido. Nadie espera nada, más que quizás que estés durmiendo, y como ya rompiste con esa expectativa, no queda más que hacer lo que te plazca. Es por eso que las 2, 3, 4 de la mañana resultan momentos idóneos para persecuciones artísticas. Horas ininterrumpidas donde puedes crear, así sea el resultado una mierda, o puedes perderte en libros, películas, discos, pláticas.

Por eso no creo que mi desarrollo intelectual y espiritual se haya visto truncado por mi trastorno de sueño, a diferencia de mi estatura. Eso sí, quizás debilitó en algún sentido mi desempeño académico. Padezcas o no de algo como lo que yo tengo, como adolescente es un auténtico ultraje que te pidan ir a cualquier lado a las 7 de la mañana. Sobre todo si se trata de un aula. De hecho, el DSWPD es más común entre adolescentes, dada la mayor necesidad de sueño y el ajuste que ocurre con el ritmo circadiano en esta etapa. No obstante, en mi escuela siempre había personas que parecían ajustarse mejor a ese tipo de exigencias. Quizás no por coincidencia, usualmente eran también los que sostenían la bandera en la ceremonia de los lunes y salían perfecto en todas las clases.

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Sobrevolando Tampico a las 7 de la mañana. A veces el amanecer y el atardecer se ven exactamente igual.


Tras años de batallar con horarios de 7, salir lo mejor posible, pero tampoco excelente en todo, finalmente pude ingresar al mercado laboral poco después de la universidad y es aquí donde pude escoger algo más adecuado a mi estilo de sueño. El hecho de que el internet fuera ya algo tan ubicuo para cuando yo terminé la universidad implicó que pude forjarme una situación laboral 100% en línea, casi totalmente independiente de una ubicación y un horario. Primero tenía varios clientes para los cuales escribía o les daba asesoría en mercadotecnia digital. A estos les daba lo mismo si yo me dormía a las 4 a. m. y me levantaba al medio día, con tal de que lo que tenía que hacer se hiciera bien y a tiempo, con la excepción de ocasionales llamadas por teléfono. Después empecé a hacer lo mismo pero para los clientes de una agencia. Luego entré a una empresa de software. En esto último volví a tener problemas debido a esta bella condición. Había una parte del equipo entre Hong Kong y Manila, y ellos muy contentos con que yo contestara correos o llamadas incluso a la 1 de la mañana. Claro, para ellos era la 1 de la tarde. Pero también había una parte del equipo en Costa Rica, y a ellos no les encantaba que yo usualmente no mostraba señales de actividad hasta después de las 11 a. m., hora de El Centro, aunque esto nunca me lo dijeron a mí directamente. De hecho, tampoco causó nunca un problema con alguna entrega o algún disgusto con un cliente. Solo esperaban una respuesta más inmediata, supongo, dado que estaba casi en la misma zona horaria que ellos. 

Lo cual me lleva a una de las razones por las que empecé a escribir de esto en primer lugar, además del ocio nocturno: el estigma que existe alrededor de dormir y despertar tarde. Entiendo cómo las normas sociales respecto a los horarios de actividad están puestas ahí para servir a la gran mayoría de la sociedad. Dicho eso, sí creo que como sociedad podríamos ser mucho más inclusivos, conscientes, y respetuosos del hecho de que esas normas son one-size-fits-all, y que solo porque funciona para la mayoría no quiere decir que tenga que funcionar para todos.

Yo creo que se trata de poder encontrar el horario que mejor funcione para ti, y como sociedad, llegar a valorar eso por encima del típico ideal sobre cómo levantarse temprano es de gente productiva y dormirse tarde es de huevones. Aquí te propongo que la persona que luce desvelada y modorra durante una clase de 7 de la mañana debería ser juzgada con la misma luz con la que verías a esas personas que te topas en la farmacia de 24 horas o una caseta de vigilancia a las 3 de la mañana, cuyos ojos rojos indican que claramente ellos no querían el turno de la noche. ¿Por qué en el primer caso solemos atribuirle la culpa a la persona, al hecho de que esta no se durmió temprano, y en los últimos usualmente colocamos la culpa en la empresa que pone esos turnos, o solo pensamos “pobre gente”? En ambos casos, se trata de personas que solo no han tenido la fortuna y el privilegio de encontrar una ocupación que se adapte a sus particulares necesidades de sueño. Ni más ni menos.

Ahora, pensando en algunas personas con las que he hablado recientemente sobre esto, me vienen a la mente tres ejemplos interesantes.

El primero es mi padre, muy probablemente la fuente genética de esta condición en mí y por ende de este escrito. Mi padre jamás pudo dormirse temprano, lo cual hizo las cosas un poco difíciles en la escuela de medicina, pero tampoco impidió que se graduara como primero de su clase. De hecho, quizás todas esas horas utilizadas en estudiar en vez de dormir resultaron útiles. Luego siempre estaba la siesta del medio día, que es una costumbre que tiene desde que me acuerdo. El trastorno vino a ser útil de nuevo cuando pasó a la residencia. Casi todo mundo se peleaba las guardias de día o de horarios habituales, mientras que él era el primero en apuntarse para el turno de la noche. Algunos meses más tarde, para su año de servicio social lo mandaron a un pequeño poblado en la Sierra Gorda de Querétaro. Una noche tocó que él fuera el único doctor disponible en el único hospital del poblado, misma noche en la que hubo una pelea de pandillas. De las 3 a. m. hasta que amaneció, le tocó atender a 15 apuñalados, dos individuos con balazos, y aventarse dos partos en medio de todo eso. Menos mal lo hizo sin tener sueño, sino en una de las mejores horas para su cerebro y su cuerpo.

Luego está el último chofer de Uber que tuve antes de escribir esto. Debe haber sido un señor de unos cincuenta años. Me estaba llevando al Aeropuerto de Querétaro a eso de las 4 de la mañana, así que le pregunté si usualmente trabajaba así de tarde/temprano. Me explicó que prefiere mil veces trabajar de noche porque no hace calor, hay mucho menos tráfico, y como pocos quieren hacerlo, hay mucho más trabajo. En lugar de estar atorado en el tráfico y bajo el sol inclemente de Querétaro a las dos de la tarde cuando todos los niños salen de la escuela, al parecer él suele estar en su casa a punto de comer. Su jornada terminó a las 9 de la mañana y desde entonces solo ha estado disfrutando de su tiempo libre. Después de comer, y ya “con el mal del puerco”, me dice que se duerme un rato. Despierta de su siesta a eso de las 6, sale a pasear con su esposa, cena, luego se vuelve a dormir. A la 1 de la mañana está de pie de nuevo, lava el coche, y luego se sale a trabajar. 

Claro, esos son ejemplos afortunados. Luego tienes a gente que de plano no tuvo la fortuna de encontrar un trabajo que se adaptara a su estilo alternativo de sueño, y no la pasan tan bien. Michael es un amigo de Estados Unidos que conocí por un amigo en común. Michael tiene narcolepsia, lo cual quiere decir que tiene sueño casi todo el tiempo y luego en la noche rara vez duerme bien. Él me dice que le vendría bien algo donde pudiera trabajar desde casa, a sus propias horas, pero es paramédico y aparentemente no puede elegir sus horarios. Si le ponen el turno de la mañana, a veces simplemente no puede funcionar y ha llegado a perder trabajos por eso.

Supongo que por eso los artículos sobre cómo despertarte más temprano son mucho más populares que una diatriba de 2000 palabras de cómo un güey llegó a su propia definición de un día. Aunque sueño con un mañana en el que no haya clases de 7 a. m. y la mayoría de las cosas estén abiertas 24 horas, con suficiente oferta para los muy variados horarios de demanda, sé que no estamos del todo ahí. Pero cuando me levanto de mi siesta de 8 horas a las 12 del día, todavía en pijama, o también antes, quizás haciendo yoga a la 1 de la mañana, me gusta pensar que estamos más cerca que nunca de una utopía para el ritmo circadiano individual. O al menos eso le deseo a todos.

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